sábado, 11 de mayo de 2013

Un horror natural


Una reflexión sobre La vorágine y Heart of Darkness




I am lying here in the dark waiting for death” (114), dice Kurtz, el personaje-enigma de Heart of Darkness (1899), poco antes de morir. Las palabras no parecen tener un significado preciso, son un testimonio simple, desprovisto de adornos, del hombre que ha descubierto las limitaciones del lenguaje y sabe que puede valer más una declaración escueta que una reflexión extensa y pretendidamente compleja. Lo que dice se aplica a cualquier ser humano en casi cualquier circunstancia. La oscuridad puede ser ignorancia, asedio de un entorno hostil e imposible de conocer, o simplemente noche. Todos esperamos la muerte, incluso si olvidamos que la estamos esperando. 
Joseph Conrad (1857-1924)

En Heart of Darkness asistimos, a través del relato de Marlow, a un ejercicio interpretativo. Marlow “lee” en el rostro agonizante de Kurtz una expresión de orgullo sombrío, de poder despiadado, de terror cobarde y hasta de desesperación intensa y sin esperanza. Marlow intenta encontrar significados a las palabras finales que Kurtz le gritó y susurró a “cierta visión, cierta imagen” (“some vision, some image”): “‘The horror!, The horror!'" (114) Pero las palabras de Kurtz insisten en reflejar su vacío, su ausencia de referencialidad, insisten en denunciar la imposibilidad del lenguaje para expresar la manifestación de la naturaleza más simple y cercana a todos: la del vivir y el morir.
Puede interpretarse el gesto de Marlow, al final de la novela de Conrad, como una mentira cómoda. De regreso a la ciudad,  al “confesarle” a la mujer que lo último que Kurtz dijo fue el nombre de ella, parece estar cumpliendo con un simple gesto piadoso. Pero conviene preguntarse qué ocurre si Marlow siente estar diciendo la verdad, si al emparentar a la mujer con el horror está aplicando algún tipo de secreto aprendido a través del asedio y la proximidad a Kurtz. En ese caso, podríamos pensar como un rasgo de esta novela, y de las novelas que representan el regreso a la naturaleza, la idea de que la naturaleza prospera, se manifiesta –con todas sus fuerzas terribles–, en los centros de la modernización, de la misma manera que la modernización prospera en los espacios supuestamente dominados por la naturaleza. Al nombrar ‘Horror’ a esa mujer que está sentada en una civilizada y elegante sala londinense, Marlow está recordando que el ser humano es naturaleza y como tal es un misterio imposible de descifrar, es agonía en la oscuridad.

José Eustasio Rivera (1888-1928)

Si trasladamos nuestra reflexión a La Vorágine (1924), es posible pensar que los manuscritos de Arturo Cova cumplen la misma función que el testimonio de Marlow en Heart of Darkness. Ambos son recibidos (consumidos) en los centros de la modernización, ambos cumplen la función de mediadores, acercan y separan de la experiencia directa. En el caso de Marlow, las insistentes comillas que acompañan su relato, advierten a cada párrafo sobre la subjetividad de la historia. En La Vorágine, por su parte, las alusiones a la escritura, son las encargadas de poner el testimonio en entredicho. Pero lo más importante es que se trata de testimonios incompletos donde el enigma perdura. Nunca sabremos a qué imagen o visión le lanzó Marlow su grito-susurro final. Ignoramos también cuál fue la experiencia de Arturo después de que abandona su manuscrito y se aleja con sus acompañantes en busca de refugio. De esa experiencia final sólo tenemos un testimonio indirecto, las palabras de ese intermediario que dice: "¡Los devoró la selva!" (317). Vemos que el testimonio del regreso a la tierra está estrechamente relacionado con las limitaciones del lenguaje: en cuanto a la inaprehensibilidad de su significado, en el caso de Heart of Darkness, y en cuanto a la imposibilidad de plasmar la totalidad de la experiencia, en el caso de La Vorágine. No es gratuito que una de las últimas anotaciones de Arturo Cova se refiera precisamente a esa limitación: "¡Cuánta página en blanco, cuánta cosa que no se dijo!"(315) Si insistimos en que esos testimonios tienen como destinatario final las ciudades, podemos concluir entonces que la modernidad llega hasta donde llega el lenguaje, que escapar de la modernización y de sus procesos sólo es posible a través del silencio, es una experiencia de la que no es posible tener un testimonio. Podemos pensar que novelas cómo La Vorágine  más que referirse al retorno mismo, a la naturaleza, reflejan los preámbulos de ese retorno, se concentran –hasta donde su misma capacidad testimonial lo permite– en el proceso de desalienación del personaje, pero no  pueden acompañarlo durante todo el proceso.
En cuanto textos que regresan, que en cierta forma se desligan del personaje que los inspira, las novelas que hablan del regreso a la naturaleza no escapan de la esfera de la modernización: ése es un tema que las domina. Los procesos económicos, las ideas de nación, las reflexiones sobre los efectos de la colonización o la industria en el hombre y en la naturaleza son sus temas predilectos. En el caso de La Vorágine, resulta revelador que Arturo Cova haya tenido que abandonar la ciudad para encontrarse con los problemas de la modernización en sus manifestaciones más exaltadas. En medio de su viaje, lo vemos nacer a una conciencia social, lo vemos descubrirse a sí mismo como pieza de un engranaje de explotación. Su desplazamiento hacia los bordes de la modernización le ha conferido una perspectiva que no podía tener en la ciudad. En las recomendaciones finales que hace a Clemente Silva vemos que ha abandonado su autoproclamada condición de poeta y se ha integrado a la de cauchero: "Cuide mucho este manuscrito y póngalo en manos del Cónsul, son la historia nuestra, la desolada historia de los caucheros" (315).
Es justamente en esas líneas finales de la novela donde asistimos al nacimiento de un nuevo Arturo Cova, un personaje del que no tendremos mayores noticias, pero que se vislumbra completamente distinto al que el manuscrito nos ha venido mostrando hasta ese momento. Una de las manifestaciones más radicales y misteriosas de la naturaleza: el nacimiento, determina este cambio. La paternidad hace que Arturo replantee sus relaciones con el mundo y lo conduce a un comportamiento que podríamos emparentar con el instinto, si llamarlo de esta manera no fuera una forma de intentar domesticar (conceptualizar) la experiencia de la naturaleza.
“Anteanoche, entre la miseria, la oscuridad y el desamparo, nació el pequeñuelo sietemesino. Su primera queja, su primer grito, su primer llanto fueron para las selvas inhumanas. ¡Vivirá! ¡Me lo llevaré en una canoa por estos ríos, en pos de mi tierra, lejos del dolor y la esclavitud (…). En otra circunstancia me sacrificaría por aliviar a mis coterráneos! ¡Hoy no! ¡Peligraría la salud de Alicia! ¡Pueden contagiar a mi hijo!” (314)
Cabría preguntarse de qué tierra habla Arturo Cova en estas anotaciones finales. La experiencia, la trayectoria del personaje, no parece ofrecer demasiados indicios para considerar la ciudad como el destino del que habla. La misma selva ha sido representada como el espacio de dolor y esclavitud del que quiere alejar a su hijo. Queda entonces sólo un significado posible para esa expresión "mi tierra" a la que Cova se aferra, el más simple de los significados, el más primitivo, el de la tierra como recinto que acoge y envuelve a la muerte.
La muerte es el regreso a la naturaleza. El intervalo que existe entre la última palabra y el final es el silencio del encuentro, una experiencia de disolución que no puede ser relatada, cuyo significado se escapa, porque todo reencuentro de la naturaleza supone una desaparición del individuo, es la naturaleza reconociéndose a sí misma. La Vorágine plantea un silencio final que prolonga al infinito ese intervalo. El silencio final de Arturo Cova es la perpetuación de su encuentro con la naturaleza. La desaparición de los cuerpos supone la desaparición de unos cuerpos-máquinas que en sí mismos eran testimonio de la modernidad.
Resulta interesante pensar en la presencia de la palabra horror, en La Vorágine. Aparece justo en el momento en que Cova se empieza a adentrar en la selva: "Por primera vez, en todo su horror, se ensanchó ante mí la selva inhumana" (219). Vista como una novela en diálogo con Heart of Darkness, la novela de José Eustasio Rivera puede ser leída como un adentrarse en el horror inexpresado que se le presentó a Kurtz en el momento de su muerte. Pero, por el carácter abierto de su final, por el enigma que resulta la suerte de Cova y sus acompañantes, por los infinitos significados que pueden instalarse en ese silencio, queda la sensación de que siempre es posible un horror más allá del horror, un espacio tan mudo y terrible como la naturaleza misma.


Bibliografía: 
Rivera, José Eustasio. La vorágine. La Habana: Casa de las Américas, 1966.
Conrad, Joseph. Heart of Darkness. New York: Dell Publishing Co., 1966.





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