Una reflexión sobre La vorágine y Heart of Darkness
“I am lying here in the dark
waiting for death” (114), dice Kurtz, el personaje-enigma de Heart of Darkness (1899), poco antes
de morir. Las palabras no parecen tener un significado
preciso, son un testimonio simple, desprovisto de adornos, del hombre que ha descubierto las limitaciones del lenguaje y sabe que puede valer
más una declaración escueta que una reflexión extensa y pretendidamente
compleja. Lo que dice se aplica a cualquier ser humano en casi cualquier
circunstancia. La oscuridad puede ser ignorancia, asedio de un entorno hostil e
imposible de conocer, o simplemente noche. Todos esperamos la muerte, incluso
si olvidamos que la estamos esperando.
Joseph Conrad (1857-1924)
En Heart of Darkness asistimos, a través del relato de
Marlow, a un ejercicio interpretativo. Marlow “lee” en el rostro agonizante de
Kurtz una expresión de orgullo sombrío, de poder despiadado, de terror cobarde
y hasta de desesperación intensa y sin esperanza. Marlow intenta encontrar
significados a las palabras finales que Kurtz le gritó y susurró a “cierta
visión, cierta imagen” (“some vision, some image”): “‘The horror!, The
horror!'" (114) Pero las palabras de Kurtz insisten en reflejar su vacío,
su ausencia de referencialidad, insisten en denunciar la imposibilidad del
lenguaje para expresar la manifestación de la naturaleza más simple y cercana a
todos: la del vivir y el morir.
Puede interpretarse el
gesto de Marlow, al final de la novela de Conrad, como una mentira cómoda. De
regreso a la ciudad, al
“confesarle” a la mujer que lo último que Kurtz dijo fue el nombre de ella,
parece estar cumpliendo con un simple gesto piadoso. Pero conviene preguntarse
qué ocurre si Marlow siente estar diciendo la verdad, si al emparentar a la
mujer con el horror está aplicando algún tipo de secreto aprendido a través del
asedio y la proximidad a Kurtz. En ese caso, podríamos pensar como un rasgo de
esta novela, y de las novelas que representan el regreso a la naturaleza, la
idea de que la naturaleza prospera, se manifiesta –con todas sus fuerzas
terribles–, en los centros de la modernización, de la misma manera que la
modernización prospera en los espacios supuestamente dominados por la
naturaleza. Al nombrar ‘Horror’ a esa mujer que está sentada en una civilizada
y elegante sala londinense, Marlow está recordando que el ser humano es
naturaleza y como tal es un misterio imposible de descifrar, es agonía en la
oscuridad.
José Eustasio Rivera (1888-1928)
Si trasladamos nuestra
reflexión a La Vorágine (1924),
es posible pensar que los manuscritos de Arturo Cova cumplen la misma función
que el testimonio de Marlow en Heart
of Darkness. Ambos son
recibidos (consumidos) en los centros de la modernización, ambos cumplen la
función de mediadores, acercan y separan de la experiencia directa. En el caso
de Marlow, las insistentes comillas que acompañan su relato, advierten a cada
párrafo sobre la subjetividad de la historia. En La Vorágine, por su parte, las
alusiones a la escritura, son las encargadas de poner el testimonio en
entredicho. Pero lo más importante es que se trata de testimonios incompletos
donde el enigma perdura. Nunca sabremos a qué imagen o visión le lanzó Marlow
su grito-susurro final. Ignoramos también cuál fue la experiencia de Arturo
después de que abandona su manuscrito y se aleja con sus acompañantes en busca
de refugio. De esa experiencia final sólo tenemos un testimonio indirecto, las
palabras de ese intermediario que dice: "¡Los devoró la selva!"
(317). Vemos que el testimonio del regreso a la tierra está estrechamente
relacionado con las limitaciones del lenguaje: en cuanto a la
inaprehensibilidad de su significado, en el caso de Heart of Darkness, y en cuanto
a la imposibilidad de plasmar la totalidad de la experiencia, en el caso de La Vorágine. No es gratuito que
una de las últimas anotaciones de Arturo Cova se refiera precisamente a esa
limitación: "¡Cuánta página en blanco, cuánta cosa que no se
dijo!"(315) Si insistimos en que esos testimonios tienen como destinatario
final las ciudades, podemos concluir entonces que la modernidad llega hasta
donde llega el lenguaje, que escapar de la modernización y de sus procesos sólo
es posible a través del silencio, es una experiencia de la que no es posible
tener un testimonio. Podemos pensar que novelas cómo La Vorágine más que referirse al retorno mismo, a
la naturaleza, reflejan los preámbulos de ese retorno, se concentran –hasta
donde su misma capacidad testimonial lo permite– en el proceso de desalienación
del personaje, pero no pueden
acompañarlo durante todo el proceso.
En cuanto textos que
regresan, que en cierta forma se desligan del personaje que los inspira, las
novelas que hablan del regreso a la naturaleza no escapan de la esfera de la
modernización: ése es un tema que las domina. Los procesos económicos, las
ideas de nación, las reflexiones sobre los efectos de la colonización o la
industria en el hombre y en la naturaleza son sus temas predilectos. En el caso
de La Vorágine, resulta
revelador que Arturo Cova haya tenido que abandonar la ciudad para encontrarse
con los problemas de la modernización en sus manifestaciones más exaltadas. En
medio de su viaje, lo vemos nacer a una conciencia social, lo vemos descubrirse
a sí mismo como pieza de un engranaje de explotación. Su desplazamiento hacia
los bordes de la modernización le ha conferido una perspectiva que no podía
tener en la ciudad. En las recomendaciones finales que hace a Clemente Silva
vemos que ha abandonado su autoproclamada condición de poeta y se ha integrado
a la de cauchero: "Cuide mucho este manuscrito y póngalo en manos del
Cónsul, son la historia nuestra, la desolada historia de los caucheros"
(315).
Es justamente en esas
líneas finales de la novela donde asistimos al nacimiento de un nuevo Arturo
Cova, un personaje del que no tendremos mayores noticias, pero que se vislumbra
completamente distinto al que el manuscrito nos ha venido mostrando hasta ese
momento. Una de las manifestaciones más radicales y misteriosas de la
naturaleza: el nacimiento, determina este cambio. La paternidad hace que Arturo
replantee sus relaciones con el mundo y lo conduce a un comportamiento que
podríamos emparentar con el instinto, si llamarlo de esta manera no fuera una
forma de intentar domesticar (conceptualizar) la experiencia de la naturaleza.
“Anteanoche, entre la
miseria, la oscuridad y el desamparo, nació el pequeñuelo sietemesino. Su
primera queja, su primer grito, su primer llanto fueron para las selvas
inhumanas. ¡Vivirá! ¡Me lo llevaré en una canoa por estos ríos, en pos de mi
tierra, lejos del dolor y la esclavitud (…). En otra circunstancia me
sacrificaría por aliviar a mis coterráneos! ¡Hoy no! ¡Peligraría la salud de
Alicia! ¡Pueden contagiar a mi hijo!” (314)
Cabría preguntarse de qué
tierra habla Arturo Cova en estas anotaciones finales. La experiencia, la
trayectoria del personaje, no parece ofrecer demasiados indicios para
considerar la ciudad como el destino del que habla. La misma selva ha sido
representada como el espacio de dolor y esclavitud del que quiere alejar a su
hijo. Queda entonces sólo un significado posible para esa expresión "mi
tierra" a la que Cova se aferra, el más simple de los significados, el más
primitivo, el de la tierra como recinto que acoge y envuelve a la muerte.
La muerte es el regreso a
la naturaleza. El intervalo que existe entre la última palabra y el final es el
silencio del encuentro, una experiencia de disolución que no puede ser
relatada, cuyo significado se escapa, porque todo reencuentro de la naturaleza
supone una desaparición del individuo, es la naturaleza reconociéndose a sí
misma. La Vorágine plantea un silencio final que prolonga
al infinito ese intervalo. El silencio final de Arturo Cova es la perpetuación
de su encuentro con la naturaleza. La desaparición de los cuerpos supone la
desaparición de unos cuerpos-máquinas que en sí mismos eran testimonio de la
modernidad.
Resulta interesante pensar
en la presencia de la palabra horror, en La
Vorágine. Aparece justo en el momento en que Cova se empieza a adentrar en
la selva: "Por primera vez, en todo su horror, se ensanchó ante mí la
selva inhumana" (219). Vista como una novela en diálogo con Heart of Darkness, la novela de
José Eustasio Rivera puede ser leída como un adentrarse en el horror
inexpresado que se le presentó a Kurtz en el momento de su muerte. Pero, por el
carácter abierto de su final, por el enigma que resulta la suerte de Cova y sus
acompañantes, por los infinitos significados que pueden instalarse en ese
silencio, queda la sensación de que siempre es posible un horror más allá del
horror, un espacio tan mudo y terrible como la naturaleza misma.
Bibliografía:
Rivera, José Eustasio. La vorágine. La Habana: Casa de las Américas, 1966.
Conrad, Joseph. Heart of Darkness. New York: Dell Publishing Co., 1966.
Rivera, José Eustasio. La vorágine. La Habana: Casa de las Américas, 1966.
Conrad, Joseph. Heart of Darkness. New York: Dell Publishing Co., 1966.
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